miércoles, 2 de enero de 2008

Manchas de humedad

Quién no se ha distraido intentando conciliar el sueño, mirando el techo con la ténue luz que entra por la ventana, y se ha asombrado descubriendo nuevos dibujos, formas y geometrías?. Es un juego divertido y a veces sorprendente. Pero también puede llegar a ser peligroso. Lean esta historia y sabrán por qué...
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¿ Es posible que esto me esté sucediendo a mí ? . Nunca me hubiese podido imaginar que iba a acabar así...

Todo empezó cuando tuve que mudarme a causa de mi empleo. Había conseguido un ascenso tras duros años de trabajo monótono y deprimente en las oscuras oficinas de un banco de segunda. El nuevo puesto, director de sucursal, obligó a trasladarnos a mi mujer y a mí a una pequeña ciudad del norte del país. Era aquella una zona dónde llovía a menudo y prácticamente no salía el Sol casi nunca, oculto por unas nubes plomizas y densas. Nos mudamos a un viejo caserío, en una zona tranquila y serena. Al verla nos quedamos impresionados, era más grande de lo que esperábamos, nos sobraba para mi mujer y para mí, pero nos podíamos permitir el lujo. Los techos eran muy altos y daban aún más si cabe la sensación de grandeza. La casa solo tenía un defecto, la cantidad de manchas de humedad que aparecían por todas partes y que hacían pensar en posibles filtraciones del agua. En cualquier rincón te podías encontrar su cara oscura, a veces tímidamente, otras de forma más descarada.

El primer mes de vida allí fue perfecto. El trabajo iba bien y poco a poco íbamos haciendo la casa más acogedora. Éramos felices y lo hubiésemos seguido siendo si no hubiese sido por aquella maldición que cayo sobre mí implacablemente...

Había sido un duro día de trabajo. Estaba cansado y me acosté antes de lo habitual. Hacía calor y abrí la ventana de la habitación. Contemplé un instante el paisaje: noche cerrada y árboles serenos. Parecía como si se hubiese congelado el tiempo. Salí del leve trance al escuchar el ruido de un coche que pasaba por allí. Me acosté y caí enseguida en un reparador sueño. Me desperté a medianoche, con una sensación desagradable, algo así como un frío agudo e intenso que me atacaba desde mi interior. Me levanté y cerré la ventana. Se iba a iniciar una tormenta y los árboles empezaban a bailar en una danza tortuosa y macabra, al ritmo que marcaba el implacable viento. Atribuí mi despertar al frío que entraba por la ventana y volví a acostarme. A mi lado dormía plácidamente mi mujer. Me había desvelado e intentaba recobrar el sueño. Miraba al techo como era mi costumbre para intentar de nuevo dormirme. Repasaba una y otra vez las curvas del techo, sus esquinas, los defectos que con el paso del tiempo habían ido apareciendo. Me fijé en las manchas de humedad que esparcidas por el techo, formaban un tétrico cuadro abstracto. Aquellas manchas parecían siempre cambiantes, me imaginaba caras, a veces agradables otras malignas. Por un momento creí que una de aquellas manchas se movía. Forcé la vista y con la tenue luz de las estrellas que se filtraba a través de la ventana intenté ver algo más. Sí, parecía que allí arriba había algo que se movía... Vi como la mancha se dividía en miles de diminutas porciones y éstas empezaban a caer sobre mí. No pude reaccionar hasta que estaban casi encima de mí y entonces pude ver con claridad que era aquello. Pude ver unas pequeñas figuras humanoides, monstruosas. Estaba asustado, nunca hubiese podido imaginar que aquello pudiese existir. Cuando cayó el primero sobre mí lo aparte de un manotazo, horrorizado y aquel ser emitió un sonido agudo, como el de una alimaña malherida. Su tacto era repugnante. Quise levantarme de allí y huir pero caían cientos de aquellos seres sobre mí y no pude evitar que me inmovilizaran. Empezaron a torturarme, se introducían dentro de mí por donde podían y me atacaban desde dentro, y oía sus voces agudas resonando en mi cabeza. El dolor era tan insoportable que perdí el conocimiento. La mañana siguiente me desperté sobresaltado. Aquellos monstruos habían desaparecido y en el techo seguía inmutable la mancha de humedad. Me cuestioné lo que había pasado la noche anterior, ¿habría sido una pesadilla?. Aquel día no fui a trabajar, no le explique a mi mujer nada de lo sucedido, simplemente le dije que me encontraba mal. Esa noche cogí una cámara de fotos. Quería tener pruebas de la existencia de aquellos seres, para demostrarme a mí mismo y a los demás que no eran fruto de mi imaginación, que eran reales. No quería que me tomaran por loco. Estaba inquieto y tuve que tomarme un tranquilizante para conciliar el sueño. Me desperté a la misma hora que la noche anterior al sentir como llegaba a mis oídos una risilla aguda. Abrí los ojos y vi como se me abalanzaban aquellas criaturas del demonio. ¡ Eran reales ! . Cogí rápidamente la cámara de fotos y disparé. Por un instante el flash iluminó la habitación de una forma cegadora. ¡ Los tenía !. Mi mujer se despertó. Ahora ella también los vería. Pero cual fue mi sorpresa cuando al encender la luz, los enanitos habían desaparecido. Ella empezó a gritarme y a pedirme explicaciones. Le expliqué lo sucedido y le dije que en la foto aparecerían esos extraños seres. Me miró incrédula y volvió a dormirse. El resto de la noche fue plácida. Nadie podría negarme la existencia de aquellos bichos. La mañana siguiente revelé la foto y mi alegría fue inmensa. ¡Allí estaban, allí se veían!. Se lo mostré a mi mujer, no podría negarlo. Pero cuál fue mi sorpresa cuando me dijo que aquello solo era una fotografía del techo con sus habituales manchas de humedad. ¡Pero como podía estar tan ciega!. Eso no eran manchas de humedad, eran los enanitos que caían... Como me enojó al decirme que necesitaba ir al psicólogo, que el trabajo estaba acabando conmigo. Discutimos fuertemente, pero no hacía caso de mis evidencias y se marchó para pasar la noche fuera. Esto no acabaría así. Aquellos seres estaban destrozando mi vida y me estaban volviendo loco. Cogí la pistola que guardaba para casos extremos y la deje sobre la mesita. Sabía que esa noche iban a volver y los estaría esperando. No me equivoqué. Al despertar con el sonido de aquellas risas malévolas cogí la pistola y empecé a dispararles. ¡Acabaría con todos ellos!. ¡Qué risa al verlos huir, asustados, despavoridos!. Dejarían de molestarme para siempre. Me acosté, esta vez relajado y descansado. Pero duró poco mi plácido sueño. Unos policías me despertaron. Alguien había escuchado los disparos y se habían temido lo peor. Les expliqué lo que había sucedido pero no me creyeron. Les dije que en el dormitorio encontrarían los cuerpecillos de aquellos monstruos. Me contestaron que ya habían ido y que solo habían encontrado trozos de yeso que habían caído del techo a causa de los disparos. ¡Era increíble..., cómo no podían creerme!. Me llevaron a comisaría para hacerme unos tests. Más tarde llegó mi mujer y declaró que últimamente me comportaba de manera extraña. Me llevaron al psicólogo. ¡Me tomaban por loco!. El doctor me diagnosticó neurosis psicopática y recomendó mi ingreso en una institución psiquiátrica. ¡Cómo podía pasarme esto!.

Ahora estoy aquí encerrado. Pero no pierdo la esperanza. Tarde o temprano se darán cuenta que se han equivocado y me soltarán. De momento intento pasar el rato en esta habitación donde me han encerrado. Me ha dicho el doctor que grabe en el magnetófono lo que me pasó, que me puede servir de cura y es lo que estoy haciendo. Al menos aquí estaré a salvo de esos demoníacos seres.

Estoy encerrado en una habitación de tamaño medio, apenas hay muebles, solo una cama, una silla y una mesa. Todo el cuarto está pintado de un inmaculado blanco. Bueno, no es tan blanco, en una esquina del techo ha aparecido una mancha de humedad. Tiene una forma curiosa, realmente curiosa. Parece que se está moviendo. No, no puede ser... No me pueden haber seguido. Es imposible.
¡Dios mío, no! ...
¡Doctor!, ¡Doctor!...

NOTA DEL TRANSCRIPTOR: Texto extraido de la cinta magnetofónica encontrada junto al cadáver del interno con expediente B231-G, para investigación de posibles causas de la muerte. Tras las últimas palabras del fallecido se oyen una serie de sonidos agudos atribuibles a defectos de la cinta.

FIN

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